Voy escurriendo, poco a poco,
del misterio de una pared.
Hay un suelo que me espera
mientras hago mi camino
de manchas,
de hilos como hebras de sudor.
Y antes de llegar
a la parte más baja,
el gris de la pared me absorbe
a sus entrañas.
Voy penetrando
y desde entonces no me voy.
Me he vuelto de piedra:
mis vísceras son de piedra,
soy piedra entera, desde
la sangre hasta la piel
y miro con los ojos del color
de la noche.
Ahora me construyo cual casona vieja,
con sus solitarios rechinidos
y esquinas bordadas de telarañas.
Así, ¿cómo hacerle el amor a un muro?