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Un dulce veneno como oración
se adhirió a mis pupilas
y tradujo tu sabor en flores.
Intoxicada, mi alma quedó tendida
a cielo abierto,
expuesta a la carroña del olvido
consecuente.
Había confundido tu saliva
con un bálsamo de fe,
y desnuda de coraza me bebí tu boca
y poseí tu aliento.
Eras tú el suicidio involuntario
que ignoraba,
la daga que en mi pecho
se dejaba hundir,
asesina.
Eras tú quien a la luz del día
y con elegancia
adornaba mi tumba, sepulcro de versos,
lanzados por azar.
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